A CARL SAGAN. IN MEMORIAM

Por José Antonio Suárez

 

El 20 de diciembre de 1996, los informativos dieron brevemente la noticia: Carl Sagan había muerto a la edad de 62 años, víctima de una neumonía. Había otras noticias aquel día que merecían más atención para nuestros periodistas que la muerte de Sagan, como los preparativos de las exequias de cierto astro italiano de la pantalla grande, que sería llorado con gran pompa y circunstancia por todas las cadenas. A la memoria de Sagan apenas se le concedieron quince segundos, muy al final de los noticiarios. El desprecio de nuestros medios de comunicación por todo aquello que signifique Ciencia y por los hombres que han contribuido a su divulgación es manifiesto, pero no es éste un tema que tenga fácil solución, salvo con una política cultural que eleve el nivel de interés por la ciencia entre la población.

Carl Sagan contribuyó en buena medida a que millones de personas en todo el mundo sintieran ese interés en sus hogares, y que durante una hora a la semana, la televisión dejase de embrutecer sus reblandecidas neuronas y se transformase en una puerta hacia el universo. En 1980, Cosmos supuso la consagración de Sagan como divulgador de la astronomía a nivel mundial, y su entrañable forma de explicar los secretos del universo significó un éxito sin precedentes que ni sus propios productores habían sospechado.

Sagan fue un educado hombre de ciencia y también un visionario para el tiempo en que vivía. Dio explicaciones coherentes y racionales acerca de la existencia de otras formas de vida en el cosmos, formulando sus propias hipótesis del aspecto que tendrían, como aquellos inolvidables cazadores y flotantes, seres aéreos que podrían medrar entre las nubes de Júpiter. Mucho antes de los descubrimientos en el meteorito marciano encontrado en la Antártida -que calificó como la posibilidad más sugestiva sobre la existencia de vida extraterrestre de los últimos tiempos-, Sagan sostuvo firmemente la tesis de que en Marte hubiese existido vida en el pasado, y colaboró activamente en el programa Viking que llevaría dos sondas a Marte en 1976. Los indicios de una atmósfera más densa en otra época y grandes valles fluviales apuntan a esa posibilidad. También sugirió un ingenioso sistema para terraformarlo, mediante el diseño de líquenes por ingeniería genética que tendrían como objetivo derretir sus casquetes polares.

En esta obsesión por la búsqueda de vida más allá de nuestro planeta, popularizó una interesante fórmula para calcular el número de civilizaciones existentes en nuestra galaxia con capacidad de comunicación, llamada Fórmula de Drake:

N(*) x p x e x l x i x c x v = N

O lo que es lo mismo, el número de civilizaciones técnicas avanzadas en la galaxia (N) está en función de:

1) El número de estrellas de la galaxia (N*), que según estimaciones, oscila entre cien mil y cuatrocientos mil millones.

2) Fracción de estrellas de nuestra galaxia que tengan sistemas planetarios (p). Dato muy importante a tener en cuenta, puesto que muchas de las estrellas de nuestra Vía Láctea forman sistemas dobles o triples, y según nuestros conocimientos actuales, no serían idóneas para la formación de planetas a su alrededor. Supongamos que sólo un tercio del total de estrellas reúnen estas condiciones y tienen sistemas planetarios. La cifra de candidatas se reduciría a unos cien mil millones de estrellas.

3) Número de planetas de un sistema que podrían albergar un ecosistema (e). Para cuantificar este valor, debemos considerar que la mayoría de los planetas no pueden reunir las condiciones necesarias para que la vida aparezca, bien por la distancia (en nuestro caso, Plutón o Mercurio, que están demasiado lejos o cerca del sol), o por su composición (planetas gaseosos como Urano o Saturno no son los más favorables). Partiendo de la experiencia de nuestro entorno, supongamos que sólo dos planetas de cada sistema son candidatos a albergar una biosfera. Multiplicamos la cifra del anterior aparato por dos y tenemos doscientos mil millones de mundos.

4) Fracción de planetas con biosfera en los que la vida se desarrolla realmente (l). Pues no basta que a priori se den las condiciones necesarias para el nacimiento de organismos vivos. Es preciso que éstos se desarrollen efectivamente, y esta virtualidad tiene que ver mucho con el azar. Pensemos en Venus, por ejemplo, un planeta muy parecido a la Tierra, pero que por circunstancias desconocidas desarrolló una atmósfera letal para la vida (el efecto invernadero ya existía en Venus mucho antes de que los medios de comunicación se hicieran eco del mismo. En realidad, Venus padece el efecto invernadero desde mucho antes de la aparición del hombre sobre la Tierra, con nubes de ácido sulfúrico y temperaturas que derriten los metales). Imaginemos que sólo en uno de cada tres planetas aptos para la vida, ésta se acaba desarrollando. Dividiendo por tres la cifra del apartado anterior, nos quedarían unos sesenta y seis mil millones de mundos aproximadamente. Pero todavía tenemos que reducir la cifra mucho más.

5) Fracción de planetas en los que la vida evoluciona hacia una forma inteligente (i), y su derivada: fracción de aquéllos que desarrollan una civilización técnica con capacidad de comunicación al exterior (c). Nuestra evolución ha dependido de una serie de circunstancias realmente sorprendentes. Si no hubieran intervenido acontecimientos extraordinarios en nuestra historia, quizás la inteligencia no habría aparecido jamás en la Tierra (si es que por inteligencia se entiende una civilización tecnológica capaz de agotar los recursos del planeta en unas pocas décadas). Pensemos qué habría ocurrido si un meteorito no hubiera chocado contra la Tierra hace sesenta millones de años (otros hablan del estallido de una supernova en las cercanías de nuestro sistema solar). ¿Habrían evolucionado los dinosaurios hacia la autoconsciencia?

Sagan elige un valor de 1/100, con lo que la cifra obtenida en el apartado anterior se reduce a 660 millones de mundos.

6) Fracción de civilizaciones que no sucumben a su propia tecnología (v). Podemos tener los medios necesarios para nuestro desarrollo, pero ¿quién nos garantiza que sepamos utilizarlos adecuadamente? La historia reciente muestra demasiados ejemplos de lo que podemos hacer con la ciencia, y especialmente de lo que no debemos hacer en ningún caso. Si nuestra civilización no sobrevive el suficiente número de años, no podremos darnos a conocer a las demás especies que se hallen en otro lugar de la galaxia. Quizás sólo una de entre un millón de culturas consigan dominar a su tecnología, en lugar de ser víctimas de ella, o puede que incluso muchas menos. Podríamos encontrarnos así con un resultado total de unas cien, o acaso mil civilizaciones tecnológicas con capacidad de establecer una comunicación interestelar.

Pero el valor a asignar a cada variable es arbitrario, y depende sobre todo de la intuición. El resultado más nefasto es 1 (nuestro planeta), y uno más moderado nos daría un centenar de civilizaciones que se encuentran allí fuera esperando mensajes. A partir de ahí, las especulaciones se disparan; sólo modificando ligeramente los valores de la ecuación podemos tener cifras de 1000, 10.000 o millones de civilizaciones tecnológicas con capacidad de comunicación. Y eso sólo en nuestra galaxia. Teniendo en cuenta que en el universo existen miles de millones de galaxias, el número de culturas de nuestro cosmos, aún en la más oscura de las previsiones, sería enorme.

Uno de los temas que obsesionaron a Sagan durante toda su vida fue la búsqueda del primer contacto de la Humanidad con inteligencias extraterrestres. En muchos de sus libros se detiene a describir con detalle el mensaje que la Voyager portaba acerca de nuestra cultura. También participó en el proyecto SETI sobre búsqueda de vida extraterrestre, que siguió bajo financiación privada una vez que el Congreso de los Estados Unidos retiró sus subvenciones. De hecho, la única novela escrita por Sagan (Contacto, 1985), gira específicamente sobre este sueño que todo astrónomo, desde que nace, ansía con hacer realidad algún día.

Desgraciadamente, Carl Sagan nunca podrá verlo. Como tampoco el resultado de los programas de búsqueda de vida en Marte, a los que tanto contribuyó durante su vida. Murió seis meses antes de la llegada prevista de la primera hornada de sondas que desvelarán los secretos del planeta rojo, y que allanarán el camino para que en el futuro el hombre ponga el pie en su superficie. El día que consigamos dominar nuestra propia tecnología y hagamos realidad ese sueño, deberemos recordar a todos los hombres que como él aportaron su esfuerzo para que un día la humanidad llegue a las estrellas. Y descubra que no está sola.

Citando sus propias palabras: «somos la encarnación local del Cosmos que ha crecido hasta tener consciencia de sí. Debemos nuestra obligación de sobrevivir no sólo a nosotros mismos, sino también a este Cosmos, antiguo y vasto, del cual procedemos».

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Bibliografía de Carl Sagan:

1961: -Atmospheres of Mars and Venus

1966: -Intelligent life in the Universe (Vida inteligente en el universo. En colaboración con I. S. Shklovskii)

-Planets.

1970: -Planetary exploration.

1971: -The air war in Indochina.

1972: -UFOs: A scientific debate.

1973: -The cosmic connection (La conexión cósmica).

-Communications with extraterrestrial intelligence.

-Mars and the mind of man.

1975: -Other worlds.

1977: -The dragons of eden (Los dragones del edén)

-The backbone of night

1978: -Murmurs of Earth: The voyager interestellar record (Murmullos de la Tierra).

1979: -Broca's brain (El cerebro de broca)

1980: -Cosmos.

1985: -Contact (Contacto. Novela)

1986: -Comet (Cometa. En colaboración con Ann Druyan)

1990: -A path where no man thought (Un efecto imprevisto: el invierno nuclear. En colaboración con Richard Turco)

1994: -Pale blue dot (Un punto azul pálido)

1997: -El mundo y sus demonios.

1998: -Miles de millones.