Philip K. Dick. Constructor de universos.

Por Jose Antonio Suárez

 

La pasión por uno u otro autor es simplemente una cuestión de gustos. Puede agradarnos más o menos el formalismo, la capacidad descriptiva o la habilidad de un escritor para articular diálogos, pero en literatura no existen reglas de métrica con la que podamos evaluar una obra y adjudicarle una puntuación objetiva. La obra de Dick se presta a ese subjetivismo más que la de ningún otro escritor; en unos puede despertar desprecio, en otros admiración, pero difícilmente dejará indiferente a quienes se hayan acercado a leerlo.

Creo que «inquietante» es el mejor calificativo con que podrían definirse su obra. Dick juega con la realidad como si fuera plastilina, de un modo que ningún autor ha conseguido jamás; sus relatos están repletos de dudas, de claroscuros e imágenes horribles, a modo de un Bosco de la ciencia ficción, pero también destilan una profunda humanidad; su concepción tenebrista del mundo fue plasmada en imágenes por Ridley Scott con resultados que trascienden la propia novela en que está basada («¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?»), y que captan a la perfección la atmósfera opresiva que preside el conjunto de su obra.

Dick fue una personalidad atormentada; pero en lugar de sucumbir a ella supo sacar partido de sus experiencias y plasmarlas en sus obras. Podíamos entender su método de creación como puramente visceral, era capaz de escribir novelas en dos semanas, y no permitía que nada le interrumpiera. En una entrevista, Dick revelaba su actitud compulsiva ante la escritura con estas palabras: «si estás embalado, estás embalado y tienes que escribir hasta caerte. Si estás frío, puedes sentarte frente a la máquina de escribir durante toda la eternidad» (1). Escribió siempre el mismo libro durante toda su vida y supo hacernos disfrutar con ello. Sus obsesiones se repiten una y otra vez en sus creaciones, pero sin llegar nunca a cansarnos. Y ahí reside su talento.

Existen ensayos magníficos sobre la obra de Dick, y hablar sobre cada una de sus obras con la extensión que merecen rebasa las intenciones de este artículo (2). Desde mi punto de vista subjetivo como lector, recuerdo con especial cariño uno de sus cuentos menos conocidos, «El constructor» (The builder, Amazing, 1953-54) (3). Su protagonista, E.J. Elwood, es un padre de familia obsesionado por construir un barco en su garaje. Su esposa y su hijo mayor creen que se ha vuelto loco, no comprenden su utilidad. El aspecto del barco es horrible, parece una caja de embalar, un trasto descomunal e inútil que no sirve para nada, y menos para navegar. Unicamente Tod, el hijo menor de Elwood, entiende a su padre. Tod sabe que hay algo de mágico en el barco. El empeño que pone su padre en su construcción le fascina, y ayuda a aquél sin preguntarle una sola vez para qué servirá. La inocencia de Tod le libera de los prejuicios que su madre siente.

Elwood quiere huir, desea marcharse de casa en el barco. No lo sabe a nivel consciente; por eso, cuando su esposa le pregunta para qué sirve lo que está construyendo, responde que no lo sabe. ¿Trabajas sin ningún motivo?, le pregunta ella. "No lo sé. Me gusta lo que hago. Es como esculpir madera". Elwood tiene herramientas, siempre ha tenido herramientas. De pequeño le fascinaban los aviones a escala.

Una vecina le pregunta cómo funciona el barco. No lleva velas ni turbinas, sólo es un casco hueco de madera incapaz de hacerse a la mar. Y Elwood acaba dándose cuenta de que el barco que acaba de terminar después de un año de esfuerzos no sirve para navegar. Jamás podrá abandonar el patio de su casa. Pero, ¿por qué debemos encontrar un significado a todo lo que hacemos? ¿Acaso una obra no tiene sentido por sí misma, porque disfrutamos creándola? ¿Es necesario que le encontremos una utilidad material? Elwood trabaja en el barco porque le gusta, nada más. Quitémosle ese derecho y lo habremos convertido en un herbívoro obediente. Creo que lo que Dick reivindicaba en su relato y en gran parte de su obra es el derecho que cada ser humano tiene a estar loco. La forma en que cada uno modela el germen de la locura que lleva dentro es el signo que nos hace diferentes de los demás, es nuestra declaración de independencia respecto al mundo, la prueba de que cada uno de nosotros somos seres excepcionales con ideas propias, aunque éstas no siempre sean apreciadas por los demás. Dick puso todo esto en palabras, y el resultado fue uno de los mejores cuentos que he leído y que resumen su filosofía de la vida.

Reivindiquemos ese derecho. Por Phil Dick. Por todos nosotros.

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(1) Extraído de una entrevista a Dick. Fénix 1. Adiax, 1979

(2) Véase al efecto el excelente trabajo de Juan Carlos Planells en "Philip K. Dick. Las otras realidades". Nueva Dimensión, nº 145

(3) Publicado en cuentos completos-1 dedicado al autor. Martínez Roca, 1989