CICLOS Y CIENCIA FICCIÓN EN ESPAÑA

Por José Antonio Suárez

"Ciencia ficción, viaje hacia el abismo"; ése es el expresivo título de un artículo sobre la CF en España que apareció en el nº 11 de mayo de la revista de literatura general "Qué Leer" (ver "Ad Astra" nº 9). Y no es que trate de agujeros negros, pozos de gravedad u otros lugares comunes del género. El artículo se refería directamente a lo que su autor entiende como el destino que aguarda a nuestro género en este país, un destino que aparentemente parece que ya nos ha alcanzado.

No se trata de hablar de futuribles, vivimos en esa situación desde hace algún tiempo; la desaparición de la colección Miraguano y su saldo en las ferias del libro de ocasión proporciona al aficionado, por una parte, una buena oportunidad para conseguir buenos libros por muy poco dinero (yo me cuento entre ellos), pero por otro refleja el fracaso de una política editorial que por diversas circunstancias parece no haber cuajado entre los lectores.

Da la impresión de que éste fuera el penúltimo estertor de un género que se ha ido precipitando durante los últimos años por la pendiente de ventas. En un artículo de Domingo Santos aparecido en noviembre de 1990 (nº 1 de Blade Runner Magazine), se analizaba con la lucidez y el acierto que caracterizan a su autor, esta fatal predestinación al que la CF se ve abocada en España: una editorial lanza al mercado una colección que tiene éxito; las demás la imitan, creyendo que la CF ha vuelto a ser negocio. Al poco tiempo, donde sólo había una o dos aparecen diez que compiten en un mercado exiguo de no más de seis mil lectores. En consecuencia, el consumidor tiene que seleccionar, no puede materialmente leer todo lo que se publica, el índice de ventas desciende y los editores llegan a la conclusión de que la CF ha pasado de moda, y que es preciso orientar sus esfuerzos a derroteros más lucrativos. Tras un momento álgido en la curva sigue otro tramo descendente, hasta que la situación se reproduce al cabo de unos cuantos años.

En la época que Domingo Santos escribió el artículo nos encontrábamos en la cresta de la ola: Martínez Roca (Superficción), Edhasa (Nebulae), Destino (Cronos), Júcar (Etiqueta Futura), Miraguano (Futurópolis), B (Nova) Ultramar, Minotauro, Acervo, Edaf, Valdemar, mantenían colecciones dedicadas o una atención preferente al género. Lo que sucedería a continuación era fácil de vaticinar, una saturación del mercado consecuencia de la desproporción entre oferta y demanda. Ésta última no ha variado de forma sustancial, quizás subió animada por la multitud de libros que aparecieron, pero no aumentó milagrosamente, o al menos no en la proporción necesaria para satisfacer a tantos editores que esperaban resultados contablemente medibles. En cambio, los títulos se habían multiplicado a un ritmo exponencial y se produjo un desajuste de consecuencias dramáticas. El mercado tiene sus propias reglas de juego, y del prometedor panorama de hace siete años sólo queda una colección estable en pie, Nova de ediciones B, y Minotauro publicando lánguidamente, pero sin adquirir demasiados compromisos. Martínez Roca (absorbida por editorial Planeta) perdió hace años sus señas de identidad y de su colección Superficción no queda más que el recuerdo entre los aficionados que la conocimos. Ahora sólo publica series de Star Wars. Grijalbo, por su parte, lanza alguna que otra novela de Star Trek de forma esporádica, apostando las dos casas por lo que suponen son valores comerciales seguros, sin arriesgar un ápice. ¿Acaso la CF ha dejado de ser negocio?

Me parece que ésta es una forma simplista de enfocar la situación. Los lectores de CF no se evaporan, suelen distinguirse por su fidelidad al género. En cambio sí se han evaporado las colecciones, movidas por la obtención de resultados y no por lealtades. Existe una demanda en estado latente no suficientemente atendida que choca con un importante obstáculo: el precio. En el panorama actual no existe una colección de libros de bolsillo asequibles (pequeño formato, baratos o al menos no caros, y con un número de páginas razonable). ¿Quién se arriesga a comprar ese maravilloso ladrillo de quinientas páginas, tan aclamado por la crítica y con un premio Hugo en la cubierta, pero que tras adquirirlo no para de recordarnos desde el estante lo equivocado de nuestra elección? Por debajo de las 3.000 pesetas es difícil encontrar libros como no sean de saldo; existe la semirrústica, claro, libros de gran tamaño y grosor y portadas llamativas, pero no el pocket book de CF en nuestro país, libros amistosos, informales, fácilmente accesibles, que entretengan y dejen buen sabor de boca y a la vez fomenten la pasión por la lectura entre los que se acercan al género por primera vez. Ultramar y Edhasa, esta última durante mucho tiempo, mantuvieron tal política editando libros de bolsillo de este tipo. Yo me inicié en la lectura del género con los libros de Nebulae segunda época, y guardo muy buen recuerdo de ellos, así como de todos los que pude leer de la primera etapa. Reunían las virtudes que a mi entender son exigibles a un libro de género: lectura amena y agradable, gran variedad de autores y enfoques no monocordes, pero sin falsos esnobismos, a un precio al alcance de todos. Puede que hoy en día se tildase por algunos a esas novelas de CF clásica, como si la actual, solo por el hecho de serlo, fuera de mejor calidad. Bueno, no necesariamente las nuevas tendencias tienen por qué ser mejores ni acabar imponiéndose. Son simplemente eso, nuevas, y su aceptación dependerá no de los críticos, que puedan ensalzarlas o denigrarlas en determinados momentos según las modas o sus preferencias personales, sino del destinatario final del acto de creación literaria, el lector. Éste es quien tiene la última palabra. Creo que no soy el único que lamentó la desaparición de estas colecciones; eran libros baratos y uno se podía arriesgar y comprar media docena por el precio de lo que nos cuestan dos unidades de semirrústica, o ir a la biblioteca y sacarlos gratis, que resulta una opción más rentable. Para eso están esos extraños centros llenos de volúmenes, aparte de para que los estudiantes ocupen todas sus mesas con apuntes e ignoren olímpicamente las estanterías, como no sea para pedir en préstamo los libros que por obligación les ha impuesto leer su profesor de literatura. Muchos títulos de Nebulae pueden encontrarse hoy en día en nuestras bibliotecas en la sección de literatura inglesa, por lo que el nuevo aficionado todavía puede acceder a ellos sin gastarse un duro ni tener que iniciar una labor detectivesca por las trastiendas de las librerías.

En la última feria del libro, los editores reconocían el éxito de esta tendencia del libro de bolsillo, nada nueva por otra parte. Los lectores prefieren esperar a que una obra editada en tapa dura o semirrústica sea lanzada en formato de bolsillo para comprarla. Con nuestro género, lamentablemente, no tenemos esta opción: el libro se edita directamente bien en semirrústica o bien --en las menores de las ocasiones-- en tapa dura. Salvo en los best seller, no se realiza después una segunda edición de bolsillo porque el editor asume que se trata de un mercado demasiado pequeño que no merece la pena este esfuerzo suplementario. Una tirada corta tiene que ser necesariamente cara por imperativo de los costes de producción. El precio del volumen es alto, pero como el índice de ventas es pequeño, el balance global es un lucro económico inferior al que se obtendría publicando directamente el libro en formato de bolsillo con una tirada algo mayor.

Sinceramente, creo que el repunte de la CF en nuestro país debe pasar por este enfoque de libro popular, que nos permita leer más autores y más variedad a un precio razonable. ¿Es preferible leer un solo libro de 3.000 pesetas cada dos meses, o cuatro libros de bolsillo en el mismo período de tiempo por el mismo precio? Estoy seguro de que la mayoría de los lectores se decantarían por esta segunda opción, que les permite disfrutar con más asiduidad del placer de leer. Todos sabemos que una obra no es mejor que otra por su elevado número de páginas, sino por el contenido de las mismas. El que una obra dure quinientas páginas, cuando lo que en ellas se cuenta podría haberse expresado fácilmente en la mitad, puede deberse a muchos factores que nada tienen que ver con la calidad, entre ellos dar una justificación visible al lector de que si los libros están por las nubes es, evidentemente, por lo gruesos que son y lo que cuesta producirlos; pero también por esa extendida costumbre de los americanos a pagar a tanto por palabra. Un escritor no va a desdeñar la ocasión de alargar deliberadamente una novela, si eso se traduce en moneda contante y sonante. Literatura al peso.

Según la teoría de los ciclos (más que una teoría es una maldición tan cierta como la ley de Murphy) deberíamos estar en los umbrales de una nueva ascensión de la CF. Domingo Santos le adjudicó a estas variaciones cíclicas una longitud de onda de ocho a doce años. Aplicando estas previsiones a nuestro presente, y si se me permite un poco de futurología, el panorama tendría que cambiar dentro de dos o tres años, alcanzando su punto álgido en los primeros años del siglo que viene. Para volver a desplomarse allá por el 2007, claro, cuando en lugar de una o dos colecciones de éxito entren en liza nueve o diez. Es el inevitable efecto mimético del éxito, y que es regla general aplicable a cualquier esfera de la vida.

De momento, existe un campo despejado --o desolado, según se mire--, y sólo falta ofrecer el producto adecuado para que se venda. Para cuando se produzca el inicio de la curva ascendente, hay quien dirá que la CF se ha vuelto a poner de moda, cuando lo cierto es que la propia demanda crea por sí sola la oferta que la satisfaga. Es difícil (aunque, desde luego, no imposible) empeorar una situación como la presente, con una sola colección en solitario en todo el panorama de nuestro país. De las revistas no quiero ya ni hablar, pero como botón de muestra véase el caso de "SFX", que cerró después de sólo 8 números.

¿Realmente hay tan pocos lectores de CF, o acaso no les estamos dando lo que desean leer?

Actualmente asistimos a un fenómeno coyuntural que también obedece a la dinámica de los ciclos: las películas de ciencia ficción. Cuando ya nadie apostaba un céntimo por el género, al que los expertos consideraban finiquitado, súbitamente nuestras carteleras se han inundado de nuevas películas de CF o del género fantástico que ocupan privilegiados puestos en los índices de audiencias, aunque la calidad, por lo que hasta ahora he visto, todavía se encuentra a años luz de las obras que nos ofrecieron los años ochenta. La CF vuelve a llamar la atención del gran público, y esta demanda potencial requerirá una respuesta convenientemente modulada en el campo literario.

Lo cual no significa que la única forma de que una obra llegue a los lectores sea necesariamente el soporte impreso. Hemos conocido y estamos conociendo etapas críticas para nuestro género, y aunque yo apuesto por una mejora sustancial de la situación a medio plazo, no sabemos por cuanto tiempo se prolongará la actual y probablemente fallaré en las fechas. Los críticos de cine defenestraron a la CF y se equivocaron. Hoy, los críticos de literatura general dan por desahuciada a la CF en España, y el tiempo les demostrará que en este caso también se equivocan. O eso espero.

La edición electrónica ofrece una serie de ventajas que, sin pretender sustituir el papel, lo complementa. A nadie se le oculta que es más cómodo leer en un butacón que frente a la pantalla del ordenador; pero en nuestro país, leer CF se ha convertido en un lujo, con ocasionales respiros en los mercadillos de ocasión. ¿Existen otras alternativas? ¿Están esas alternativas al alcance de cualquiera, de un modo realmente popular?

La invasión de las nuevas tecnologías en nuestras vidas ha sido arrolladora estos últimos años. Asistimos a una expansión vertiginosa de una red de transmisión global, Internet, por la que fluyen a diario ingentes cantidades de Terabytes. Hace quince años, esta situación era impensable, pero ahora contamos con la tecnología y los medios, el ordenador se ha convertido en un objeto de uso cotidiano que ha reemplazado a la máquina de escribir y que permite la difusión libre de ideas con una capacidad de transmisión de información infinitamente superior al papel. Mediante el flujo electrónico de datos podemos comunicar nuestros pensamientos a todo el planeta, existen ya páginas web dedicadas a difundir las obras de autores noveles, revistas electrónicas como Ad Astra que se difunden sin limitaciones de tiradas o costes de producción, con una audiencia potencialmente mucho mayor de la que tendrían sus equivalentes en papel impreso.

Puesto que la CF es considerada por el mundo editorial como un género minoritario, las tiradas suelen ser muy cortas y resulta tarea harto difícil localizar un libro que apareció hace tres o cuatro años. La tirada está agotada y/o el libro descatalogado. Salvo raras excepciones, es impensable una reedición por muy buena calidad que tenga el libro, ya que no resulta económicamente viable. Sin embargo, en la edición electrónica no existen tales trabas. Una obra literaria en formato electrónico no conoce restricciones de tiradas; éste es un concepto de nuestra cultura del papel que no tiene significado en una red global donde la información fluye libremente a cualquier lugar. Un libro así editado podría pervivir en el tiempo y en el espacio por un período teóricamente indefinido, si su autor no pone trabas a su difusión. Además, para los incondicionales de la celulosa, el texto electrónico puede generalmente imprimirse.

La situación ha cambiado, las editoriales, sin negar el importante papel que desempeñan en la difusión de la cultura, han dejado de ser imprescindibles para que los libros lleguen a manos de los lectores. La tecnología informática ha hecho posible el milagro y hoy día cualquier escritor que lo desee puede difundir sus libros de una forma barata, sencilla y con una audiencia potencialmente mayor que mediante tiradas reducidas que rápidamente desaparecen del mercado, muchas veces definitivamente.

Y además, sin depender de ciclos ni coyunturas del mercado.